Hagamos de la nuestra una gran empresa…

Trabajé con Stanley Bendelac en Madrid, para un cliente habitual de la industria de la moda. El tema de aquella cena fue una línea de ropa de vestir para hombre.

Después de la diatriba acerca de la pertinencia o no de una ropa dirigida solamente a ese colectivo y las consecuencias de esa decisión, pasamos a lo práctico, una sesión de fotos para publicitar esa categoría de producto.

Él quería modelos polvorientos, sucios, salvajes. Nos decidimos por modelos de todas las razas que pudiéramos encontrar.

Luego me preguntó si podíamos hacerles las fotos sin ropa. Tragué saliva y le respondí que de acuerdo, aún a sabiendas que nuestro cliente se iba a volver loco cuando supiera que en toda la sesión no iba a salir ninguna de sus prendas.

Ya que él nos había contratado, tenía que hacer caso… Yo sugerí poner de fondo alguna de las prendas, aunque se viera de lejos y borrosa. Me dijo que no, que el tema en sí era lo único que le interesaba.

Ufff… Yo no sabía en aquel momento, todo lo que estaba a punto de aprender… Y no es que no me gustara la idea… Me parecía un giro creativo interesante, incluso disruptivo, pero en aquellos tiempos, en lo único que podía pensar era en que me estaba jugando el futuro de nuestra pequeña agencia.

«No te creas Oscar, trabajo para ellos tanto como tú, y ellos me dicen lo que quieren, pero lo que ellos quieren no siempre es lo que a mi me parece correcto para ellos». Toda una mega-lección!!!

Recuerdo perfectamente aquella sesión… Al salir hacía un calor tremendo y recuerdo ver, frente al Estudio fotográfico un barecillo de esos de caña de clara de cerveza con casera y patatas bravas. Recuerdo mi sensación de hambre y sed, con un raro sentimiento de angustia y liberación, asumiendo que ya había perdido a uno de mis clientes más fieles: «Ni una sola prenda… Sólo un tatuaje».

¿Hubiera preferido que me despidieran como agencia por haberlas hecho así o que me me despidieran por no haberlas hecho? Tras ver el resultado de la sesión, y el concepto que la sustentaba, sin duda estaba deseando ver la cara de mi cliente, aunque eso significara no volver a trabajar con ellos. Si no se daban cuenta de lo increíble de la propuesta, no merecían ser mis clientes. No lo dudé ni un instante… Me tomé mi clarita y mis bravas viendo cómo atardecía entre los árboles del Paseo de Rosales y me fui a casa, mientras mis compañeros en la agencia, completaban los artes, bajo las instrucciones específicas para el retoque y concepto estratégico, que Stanley me había descubierto.

Aquellos momentos, fueron de mis mejores revelaciones como publicista y mercadólogo. Cuando le mostré el resultado a mi socia, pensó que me había vuelto loco, supongo que porque no podía parar de reírme.

Por suerte, a mi cliente le encantaron las piezas creativas: «Realmente captaste lo que debe ser esta ropa para mis clientes… Sigamos con el concepto estratégico. Esto es Arte», dijo mientras miraba al resto de los asistentes a la presentación.

Ganamos varios premios y el cliente vendió toda la ropa que quiso, junto con otra estrategia de marketing de contenidos. La consecuencia lamentable es que alguna gente no entendió el concepto y la consideraron sexista. Ya sabemos que el arte puede ser conflictivo y contradictorio, pero… ¿sexista?

El caso es que el cliente —y yo mismo— aprendimos una lección: Hay que dejar actuar a los expertos. Más tarde emulé esa misma campaña aquí en México, pero el cliente no se atrevió a seguirle… Lástima de prejuicios.

 

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